Ya es hora de que tengamos una charla.
Te preguntarás por qué me dirijo a ti esta noche. Bueno, verás, no estoy contento con tu actitud, ultimamente… tu trabajo se está resintiendo, y… bueno, he estado pensando en la posibilidad de despedirte.
Oh, ya lo sé, ya lo sé. Hace mucho que estás en la empresa. Casi… veamos… ¡casi diez mil años! Cielos, cómo pasa el tiempo. Parece que fue ayer… Recuerdo cuando empezaste a trabajar aquí, bajando de los árboles, con la cara fresca, nervioso y un hueso bien agarrado en tu mano peluda…
«¿Con qué empiezo, señor?» -preguntaste, ansioso. Recuerdo mis palabras exactas: «Ahí tienes un montón de huevos de dinosaurios, joven» -dije con una sonrisa paternal- «Ve chupando».
Sí, la verdad es que ha llovido mucho desde entonces. Y sí, tienes razón: en todo ese tiempo no has faltado ni un solo día. Bien hecho, mi buen y fiel sirviente. Y no creas que he olvidado tu sobresaliente historial ni las valiosísimas contribuciones con las que has colaborado con el progreso de la empresa: el fuego, la rueda, la agricultura… es una lista impresionante, viejo. Muy impresionante, no me malinterpretes. Pero bueno, para ser sincero, también hemos tenido algún que otro problemilla. No podemos pasarlo por alto.
¿Sabes cuál me parece que es la raíz de todo? Te lo diré: es tu falta de voluntad en lo que respecta a ascender en el escalafón. Al parecer, no quieres aceptar ninguna responsabilidad, no quieres ser tu propio jefe. Sabe Dios que te he dado un montón de oportunidades. Te hemos ofrecido ascensos una y otra vez, y siempre los has rechazado.
«No sabría hacerlo, jefe» -gemías- «sé cual es mi lugar». Sinceramente, ni siquiera lo has intentado.
Verás, hace demasiado tiempo que estás estancado, y se nota en tu trabajo. Y añadiré que también se nota en tu comportamiento habitual. Esas continuas discusiones en la fábrica no se me han pasado por alto, ni los recientes barullos en la cantina del personal. Y además, claro está, hmmm, la verdad es que no quería mencionar esto, pero… bueno, verás, he oído unos rumores inquietantes sobre tu vida privada. No, da igual quién me lo ha dicho. Nada de nombres. Tengo entendido que no te llevas bien con tu cónyuge. Dicen que discutís. Dicen que gritáis. Se ha mencionado la violencia. Soy consciente de que siempre hieres a quien amas, a quien nunca deberías herir.
¿Y qué pasa con los niños? Siempre son los niños los que más sufren. Ya lo sabes. Pobrecitos. ¿Cómo van a tomárselo ellos? ¿Cómo van a digerir ellos tu bravuconería, tu desesperación, tu cobardía y tus muy bien nutridos prejuicios?
La verdad es que no les conviene.
Y tampoco es bueno echar la culpa de este descenso a la calidad de la directiva. Aunque, claro está, la directiva es muy mala. No nos mordamos la lengua… ¡de hecho, la directiva es un desastre! Hemos tenido un rosario de estafadores, fraudes, mentirosos y lunáticos que han tomado unas decisiones catastróficas. Eso es un hecho, pero ¿quién los eligió?
¡Fuiste tú! ¡Vosotros les nombrasteis! ¡vosotros les disteis el poder de tomar decisiones en vuestro lugar!
Aunque reconozco que todo el mundo puede cometer un error de vez en cuando, cometer el mismo error siglo tras siglo me parece, simplemente, deliberado. Habéis dado ánimos a esos maliciosos incompetentes que os han arruinado la vida laboral. Habéis aceptado sin dudar sus órdenes sin sentido. Les habéis permitido llenar vuestro lugar de trabajo de máquinas peligrosas e inseguras. Podríais haberles detenido.
Sólo teníais que decir «No».
No tenéis agallas. No tenéis orgullo.
Ya no convenís a esta empresa.
Sin embargo, seré generoso. Se os concederán dos años para demostrar alguna mejora en vuestro trabajo. Si cuando termine este periodo, todavía no habéis decidido arriesgaros…
…os despediré.
Eso es todo. Podéis volver a vuestros quehaceres.
«Visión vocacional» V de Vendetta. 1998 Alan Moore