No iba a ser yo menos que los demás, no señor, que cuando me reafirmo en que no tengo personalidad no es baladí.
Pero el caso es que la inspiración para hablar sobre un tema que, reconozcámoslo, me enciende, ha sido el artículo que ha publicado el siempre interesante Hernán Casciari en su blog.
El tema, por si alguno no está muy puesto es el siguiente: Desde hace unos años es posible descargarse al ordenador de uno canciones, series, películas y otros materiales «culturales» protegidos por derechos de autor. Para más inri, esa descarga era legal, ya que lo que estamos haciendo era copiar del ordenador de alguien la «copia de seguridad» que esa persona tenía del material original. Entrecomillo porque esa copia original, si la hubiera, sólo era la de uno que en su momento se encargó de saltarse la protección anticopia y copiar el contenido a su ordenador. Por tanto, lo que todos nos bajamos (mea culpa) es una copia de una copia de una copia de seguridad. Si alguien te pregunta, compraste el cd y lo perdiste.
Eso se lleva haciendo desde que se inventó el radiocassete con doble pletina, a nivel popular al menos, pero ahora la salvedad es que la copia es completamente idéntica al original, por lo que entre la primera generación y la última no hay diferencia. Ni diferencia, ni límites.
Este hecho ha producido pérdidas en el mercado tradicional y ha generado otros nuevos. Desde el barriobajero «top manta» a la proliferacíón de servicios de hospedaje de archivos y páginas de referencias para poder bajarte las mejores versiones para evitar falsos enlaces pasando por los operadores de adsl.
Por un lado están los consumidores, por otro las empresas que prestan el adsl, por otros las empresas explotadoras y por último, los creadores, respresentados por las empresas de gestión. Y aquí llega la ministra.
Esta buena señora debía pertenecer a alguna facción, y por nacimiento (es guionista y productora) pertenece al bando de los artístas y explotadores del antiguo sistema. Habrá que darle tiempo si es ministra de todos, como debería ser. Yo por el momento, prefiero juzgar sus acciones que sus intenciones, que tampoco las tengo claras, ya que como política que al fin y al cabo es, su discurso es tan vago que no sé si me está condenando a muerte o preguntando la hora. Tiempo al tiempo.
Pero el problema de las descargas no ha aparecido con la ministra. Si acaso, lo habrá puesto sobre la palestra, habrá llamado la atención sobre un problema que lleva gestándose años y que ahora ha eclosionado. Para poder hablar de ello habrá que delimitarlo en una frase: el problema consiste en la muerte de un modelo de explotación a raiz de un avance tecnológico. Y esto, lector, no es ni mucho menos nuevo. La tecnología lleva modificando la forma de hacer negocios desde que se inventó la sociedad. De la misma forma que el mercado de los carruajes a caballo murió por la aparición del automóvil, de la misma forma que la exportación de hielo murió por la aparición de las neveras, de la misma forma que el intercambio digital de archivos será algún dia reemplazado por otra tecnología superior. Eso vendrá a significar no una muerte en el sentido de fin, sino en el sentido de cambio. Habrá que cambiar el modelo de negocio que explotaba ese filón.
Antes de continuar me gustaría señalar lo que creo que es la causa de que se estén dando tiros de ciego en el punto de la explotación. En general, los compradores no somos conscientes de lo que adquirimos y adquirimos mal. Yo lo llamo» el teorema del huevo kinder». Cuando somos pequeños y le pedimos a nuestra madre un huevo kinder, nuestra madre se plantea «¿le compro la chocolatina al niño?¿Está comiendo mucho chocolate?» Y yo pregunto: ¿que ha comprado realmente? ¿Un juguete envuelto en chocolatina o una chocolatina con un juguete? Me consta que Nestlé saca su beneficio de vender una chocolatina ridícula a 1 euro, lo que supone un margen bestial para ese tipo de producto ¿cómo lo hace? Dándole un valor añadido. Seamos sinceros, el niño quiere el huevo por el juguete, si lo hiciera por el chocolate hay otros productos con mas cantidad y más sabrosos en el mercado, la madre piensa que compra una chocolatina.
Esta disonancia cognitiva entre consumidor y comprador de huevo kinder nos lleva pasando años en el mercado de lo audiovisual. La prueba es que hemos tenido el reclamo gratis a través de la radio y la televisión donde se podían ver películas y escuchar música así que ¿qué compramos cuando compramos un cd o una cinta de video? En efecto, nosotros pensábamos que compramos el contenido, el juguete, pero realmente nos estaban vendiendo el continente, la chocolatina, el soporte físico.
El sistema de explotación funcionaba. El soporte costaba poco, pero como nadie más podía fabricar cd’s ni cintas, se vendian como churros añadiéndoles contenido para que la gente lo deseara, obteniendo un gran margen de beneficio. El artista contento, el de la discográfica contento, el consumidor no tenía más remedio que estarlo. Todos felices.
Pero entonces la tecnología avanzó. La gente aprendió a hacer chocolates con juguete dentro en casa, en sus hornos caseros. Es cierto no podían imitar el papel dorado del envoltorio, ¿pero a quién le importa? Tengo el chocolate, tengo el juguete, ¡no quiero papel dorado! Vale, el chocolate no está igual de rico, pero es que lo quiero sobretodo es el juguete (mamá, nunca me comprendiste), y este sí que es igual. Y si además cuesta una miseria y puedo hacer no uno, sino 100 huevos kinder, pues apaga y vamonos.
Y ante esta situación, la empresa que inventó los huevos kinder puede llorar, quejarse, puede hacer lo que quiera, pero ha de asumir que ya no va a poder vender otra vez a euro su chocolatina, porque el reclamo lo ha perdido, de la misma forma que ya no puede esperar que uno compre un cd con 14 canciones sólo porque la portada esté bien impresa, ya que una vez dentro del reproductor de mi coche, suenan igual, y mi cd pirata tiene otras veinte carpetas con otros 14 canciones por carpeta. Y eso significa que mi chocolate ha superado al original.
Y dice Casciari, que si el precio del contenido digital descargable fuera más asequible, unos 74 céntimos por capítulo de serie dice él, él compraría para que el autor percibiera. Yo comparto su ilusión, porque siempre fui un iluso, igual que espero que los dragones existan y espero que Papá Noel algún día me traiga lo que le pedí. Pero no espero sentado. Lo de que el artista cobre lo que se merece, no lo creo, pero tampoco es el tema. Respecto a lo de acabar con las descargas, tampoco. Si ello fuera así, itunes habría acabado con el pirateo musical (tienen canciones a 0’99) o todos nos habríamos suscrito a Spotify por principios y abandonado el emule, pero va a ser que no.
El modelo de explotación de los soportes usando el contenido cultural como reclamo ha muerto. Cuanto antes se entierre mejor, si no, olerá. Que se encuentra una alternativa, mejor. Si no, a cultivar patatas. ¿Desaparecerá el artista con la industria? No creo, porque no apareció con ella ¿Se acabará el chollo para algunos? Es ley de vida.
No me enrollo más. Hasta otra.